lunes, 3 de noviembre de 2014

Dos días seguidos

Hoy me quedé con ganas de escucharte. Te leí. Me gusta leerte porque imagino tus gestos tan particularmente ridículos, tus gritos de inconformidad al viento porque los de RRHH no cumplen con su promesa de llamarte, o tu carita de buen chico para convencerme de quedarme a dormir en tu cuarto.

Los domingos por la noche siempre me da por saber de ti. Pareciera que le gustas a los domingos, ¿y qué culpa tengo yo? 

Como a eso de las seis de la tarde comienza a venir tu recuerdo, y yo lo evito, de veras. Trato de planear lo que haré mañana porque quiero iniciar una semana organizada: necesito levantarme más temprano, desayunar o aunque sea tomar café. Y es ahí, donde se desliza sigilosamente tu recuerdo y me dice: así como lo tomaban ustedes por las mañanas o por las noches. Y luego me lleva a tu cocina. Me quedo poco y vuelvo. Tengo que hacer lo posible por llegar a la terminal del autobús a las 7:50 am. ‘La terminal del autobús’. Maldita sea, a dos cuadras de su maldita casa. A ver, ya, tengo que tomar esto en serio. ¿Esto? ¿Qué? ¿Lo de olvidarte? Olvídame tú. No, no me olvides aunque te diga que me olvides, bueno sí, bueno haz lo que quieras pero ya deja de incluirte en mis días. También dile al domingo que no es él, que eres tú y vete. Hoy no te voy a detener, como no lo hice el lunes, ese que arruinó la calurosa bienvenida que iba yo a darle a septiembre. Y hoy es lunes, otro más, ahora si le doy una jubilosa bienvenida a noviembre.


Nomás porque estoy de buenas, hoy no voy a reprocharte que hayas venido dos días seguidos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario