Tomé el autobús que no llevaba tu dirección, ni yo
la llevaba en el bolsillo para no arrepentirme a mitad del camino, tratando de
buscarme excusas en los recuerdos para decir que no es culpa de nadie y
liberarte de todo.
No, no llevaba tu dirección, ni por dentro del
zapato la llevaba, porque ya sabes eso que dicen las malas -o buenas- amistades
sobre prepararse para destinos inciertos, que seguramente esta vez era más cierto
que tú; más cierto que la manera en que te despediste de mí la última vez, que
tus domingos conmigo...
Estaba huyendo de mis días de ti, contigo, sobre
ti. Estaba perdiéndote y encontrándome; yéndome con el boleto en mano, ese que
prometía liberarme de ti o a ti de mí (puedes verlo de la manera en que te
sientas menos culpable). Era mi única puerta abierta; tenía que entrar y
cerrártela en la cara. Aunque no estuvieras detrás de mí pidiéndome que me quedara, apostando a que era una más de mis rabietas; no lo era, y tú lo entendías mejor que la
prófuga que ya estaba del otro lado de la puerta.
Mañana
de viernes, el mar, y el piar de las aves que me despierta. Es hora de abrir
las cortinas que el cielo ya se ha aclarado y con él mi espíritu.