Quería un café, pero no quería
ir ahí donde los sirven porque casual o causalmente como diría mi profesor de
ética, también te habías parado por uno, entonces pensé que quizá no sería tan
malo que volviéramos a tener un pequeño acercamiento y fui allá.
Pedí el café y tú ya estabas
poniéndole azúcar al tuyo, sólo nosotros dos y tú le ponías tanta atención al menearlo, que seguramente ni siquiera te percataste de que yo estaba
ahí, y si lo hiciste ¿Qué más da? Era como cualquier otra chica que se
levanta por un café porque tiene frío, porque se le antojó o porque quiere
tener un poco más cerca al que le gusta, ¿Qué importa el motivo?
Te fuiste a sentar y mientras
que me lo entregaban, te vi por el azucarero, eran de esos de metal brilloso
que parecen espejos, y tú estabas justo atrás. Todos en la mesa platicando de
no sé que cosas y tú sólo mirabas el café y lo meneabas lento. Hubiera querido
saber en qué pensabas, en qué podía ser tan importante para evadir la plática y
concentrarte en no sé qué.