domingo, 31 de agosto de 2014

Viernes a las tres de la tarde

Agosto se termina.  Toco a la puerta y me recibes con una playera infantil y unos shorts. Ya sé que se cancela la salida de hoy y no, no estoy enojada.

Una vez me contaste que una novia que tuviste te había dado a elegir entre ella y el teatro; por eso decidiste ser soltero. A mí me gusta el teatro; desde que en la escuela me llevaban a ver El Mago de Oz y La Cenicienta. Disfruto el teatro, y me gusta que tú también lo disfrutes, pero del otro lado. Me gusta disfrutarte en el escenario (también), y conocer a cada personaje a través de ti. Me gusta todo esto, sí, pero también me gustas tú sin teatro (y sin otras cosas), así nomás, tú y tu sombra. Me gustas conmigo, y este día era perfecto para gustarnos juntos, pero se atravesó un “Ensayo extraordinario porque un actor renunció y tenemos que cubrirlo tan pronto como sea posible para las funciones…”. Muy bien, entonces no saldremos (otra vez). No importa, no importa que me haya pasado toda la mañana buscando la ropa con que quería que me vieras y que al final dejara todo hecho un desorden para luego enojarme por no encontrar lo que quería y terminar poniéndome la blusa que la alemana le regaló a Judeline y que ella me regaló a mí (porque le insistí que lo hiciera), que aunque bonita, no era lo que quería para este día. Pero tú ni siquiera te habrás imaginado que pasé tanto tiempo buscando que ponerme después de tanto tiempo sin vernos. Y no te voy a reclamar eso (aunque debería hacerlo), hoy no voy a reclamarte nada.

En la mesa hay un plato con cuatro mitades de bolillo y encima, mantequilla. A un lado, un plato hondo con trozos de plátano y yogur de fresa encima. “¿Quieres desayunar?”. ¿Desayunar? Son las tres de la tarde. “Bueno, me levanté tarde, me fui a correr y voy a desayunar apenas”. No gracias, no quiero. “¿Quieres probar el café con el peor sabor del mundo?”. ¿Por qué querría hacerlo? No, no quiero. “Bueno, no es el peor del mundo, pero no es mi favorito. Anda, pruébalo”. Está bien, calienta agua también para mí.

No vamos a salir hoy y ya lo tengo claro. Debería enojarme, pero no quiero, no puedo, y menos así con esos ojos tiernos que tengo frente a mí y que divagan en los míos mientras platicamos de las tragedias que les pasan a los borrachos que manejan por las calles principales de la ciudad en sentido contrario.

Luego, silencio.

“Este momento me recuerda a un momento de un libro de García Márquez: Sobre la mesa el pan duro, el café y el silencio de dos personas”.

Nuestras miradas hacen una media sonrisa.

Me levanto, te tomo el rostro, te beso en la boca y luego me pongo a curiosear en tu cabello. Tienes grandes entradas, me gustan. “Te pareces a mi madre: de repente te levantas, me besas y luego juegas con mi cabello”. “Con cariño”, te faltó decir. No sé si el decirme que me parezco a tu madre es un halago. Lo que sé es que el miedo de toda mujer es terminar siendo la madre de su querido. No quiero que me compares con tu madre, cielo, pero… deberías mantener la cocina un poco más limpia, y la sala, ¡Ja!, eso fue una mala broma, aunque... sí, deberías hacerlo.

Tú te vas a ir a tu ensayo y yo me voy a regresar a mi casa, ya lo sé, pero no quiero.

“Voy a bañarme, ¿me esperas aquí?, no tardo”. Anda, ve.

Me dirijo al sillón y apenas estoy dándome cuenta que la música ha cambiado; cuando llegué tenías salsa y ahora suena Pink Floyd “Wish you were here”. Siempre tan tú.

Pasa un minuto y luego dos. No me gusta estar ahí sentada sola en esa casa tan grande. Luego pasan tres. Pienso, pienso más. Me recuesto en el sillón. ¿Cuánto quiero a este hombre? ¿Por qué me detengo a pensar cuánto le quiero? ¿Es que ya no le quiero como antes o le quiero más que antes? No lo sé. Le quiero de una manera distinta, hoy le quiero con ternura, con nobleza, con la misma de sus ojos. Pero puedo estar sin él, puedo dejarlo y estar con alguien más. No, no puedo. Sí, puedo, y puedo engendrar con ese otro que aún no conozco, y puedo quererlo tanto como quiera, y podemos envejecer juntos y cuidarnos. No, no puedo. No quiero. No voy a conocer a ese extraño que ni siquiera se ha enterado que voy a estar en su lista de olvidos . No quiero que algún día nos topemos en la calle y surja una plática sobre el clima o sobre la tardanza del autobús. Después una cita, para terminar creyendo que hay algo de él que me gusta, y luego pensar que debemos continuar. Entonces, esto se convierte en mi pretexto perfecto para dejar al único que me puede hacer caminar entre nubes; al bohemio solitario, a mi artista favorito, a mi lobo noble. ¿Por qué estoy pensando en esto? No sé. ¡Maldita sea! ¿Por qué tiene que ser todo tan rebuscado?  ¿Por qué no podemos mantenernos? ¿Por qué es? ¿Por qué soy? ¿Por qué el amor? ¿Por qué las ganas? ¿Por qué el empeño de la vida por joder?  “La vida poco a poco nos va haciendo solitarios”, ni hablar. 

Eres un lobo solitario.

Subo las escaleras de la alacena, llego a tu cuarto (no muy limpio por cierto). La gata ladrona me mira celosa y su cría, tierno me observa. Salgo a la acrópolis con el pequeño en brazos. Traigo conmigo los borrachitos que te compré y el separador de libros . Me siento un rato. Escucho que entras al cuarto y comienzas a cambiarte, luego abres la cortina para asomarte y ahí estoy yo; te entrego lo que te traje. Haces una sonrisita. “Gracias”. “¿Me acompañas abajo?”. Sí, vamos.

Ahora sí, ya es hora de tomar cada quien su camino. El teatro se ha encargado de arruinarme el día. “¿Vas a tu casa?”. Sí (¿y a dónde más habría de ir con estas ganas vaciadas?).

Salimos, caminamos a la parada del autobús, y se acerca en el que me voy a ir. “Adiós”. Adiós. Te beso en media boca y camino. El autobús arranca sin que  pueda alcanzar a subirme. Ash. Me regreso a dónde estás y tienes una risita. No puedo ocultar la mía también. “Vi cómo se fue sin ti”. Burla sana, lo acepto. Ya viene otro, me voy en ese. Te doy otro beso de media boca (que si lo juntamos con el que te di la vez anterior, ya sería un beso completo, y si sumamos el medio beso que te di cuando llegué, ya sería un beso y medio, más el de la cocina, resultan dos besos y medio. ¿Está bien, no? Tampoco somos amantes desesperados. No, no está bien ¡Maldita sea! Hubiéramos dejado cualquier plática para después y besarnos como locos después de semanas sin vernos. Hubiéramos nada, ya me voy. Ahora ya va a arrancar este autobús conmigo en él) y me subo. Arranca. No dejas de verlo, hasta que se pierde entre tantos.