16 de junio de 2016
Estas últimas semanas he visto más películas de las que había
visto en los últimos tres años. Ya me leí “Germán y Dorotea”, Germán me recordó
mucho a ti: hombre bondadoso, hogareño y bien parecido. Me lo imagino con tu
barba.
En estos casi dos meses mis estados de ánimo han estado jugando
conmigo; soy una ensalada de emociones. Tengo mi mantra pegado frente al
escritorio y todas las mañanas lo repito: “Yo decreto aquí y ahora hacer reinar
permanentemente el amor, la paz y la alegría, en mí y alrededor de mí, para mi
más alto beneficio y el más alto beneficio de todos. Yo cancelo, disuelvo y
transmuto cualquier energía discordante que se acerque a mi vida; sólo la luz
puede acercarse. Hecho está. Hecho está. Hecho está”. Y luego, unas palabras al
universo: “Lo siento, perdóname, te amo, gracias”.
Hace poco me hice una prueba de sangre para asegurarme de que no
me siga persiguiendo esa terca anemia, pero parece que me ha perdido el rastro.
He estado yendo al dentista, ya casi me vuelven a poner los fierros en la boca,
como cuando me conociste.
Hoy estaba hablando de ti con individuo (a) X y me dijo: “Tú
necesitas a alguien que no le tema a la guerra, que luche, que no se rinda en
la primera batalla. Él ya se había ido una vez y mira ahora, mírate, te has
vuelto a quedar así”. Me golpearon sus palabras y lloré, pero no me hicieron
quererte menos.
¿Te acuerdas de “Tengo un plan” de Moragues? “Yo le prometí que me
quedaría en su jardín y le fabricaría sueños para dormir, yo le prometí que le
daría motivos para reír y nunca más tendría que volver a huir… y menos de mí”.
Volvería a amarrarte a la cama.
Te quiero, G.