miércoles, 30 de septiembre de 2015

Abrir las cortinas y ver el mar

Tomé el autobús que no llevaba tu dirección, ni yo la llevaba en el bolsillo para no arrepentirme a mitad del camino, tratando de buscarme excusas en los recuerdos para decir que no es culpa de nadie y liberarte de todo.

No, no llevaba tu dirección, ni por dentro del zapato la llevaba, porque ya sabes eso que dicen las malas -o buenas- amistades sobre prepararse para destinos inciertos, que seguramente esta vez era más cierto que tú; más cierto que la manera en que te despediste de mí la última vez, que tus domingos conmigo...

Estaba huyendo de mis días de ti, contigo, sobre ti. Estaba perdiéndote y encontrándome; yéndome con el boleto en mano, ese que prometía liberarme de ti o a ti de mí (puedes verlo de la manera en que te sientas menos culpable). Era mi única puerta abierta; tenía que entrar y cerrártela en la cara. Aunque no estuvieras detrás de mí pidiéndome que me quedara, apostando a que era una más de mis rabietas; no lo era, y tú lo entendías mejor que la prófuga que ya estaba del otro lado de la puerta.

Mañana de viernes, el mar, y el piar de las aves que me despierta. Es hora de abrir las cortinas que el cielo ya se ha aclarado y con él mi espíritu.

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