Un
agosto te respaldaba cuando dijiste que te gustaba lo que éramos juntos.
Y
a mí me gustaba lo que era yo contigo. Tú me hacías más bonita, más sabia, más
lluvia.
Tu cercanía me protegía.
Quizás
era eso lo que me hacía romper el caparazón de precaución. Y ahí estaba yo: indefensa, tranquila, descubierta. Y ahí estabas tú: abrazando mi desnudez,
tocándome el cabello con cariño, besando mis miedos.
Tu
pecho, mi consuelo, mi escape, mi única salvación.
Éramos
una buena mezcla. Me lo decía tu mirada sonriendo cuando
entrelazábamos las manos. Me lo decía el silencio que quedaba cuando
levantábamos la taza de café para beberlo al mismo tiempo -debía ser algo así
como besarse con los ojos-. Me lo decía tu cama, las plantas de tus pies, los
pies de página que ponías en tus trabajos universitarios. Amaba esos pies de
páginas.
Y
es que siempre que tenía tus escritos cerca me dedicaba a buscar errores en
ellos esperando encontrar una razón para odiarte, para no creerte cielo. Pero
luego de leerte, terminaba queriéndote siempre un poco más.
Tus
letras. Eso es lo que más echaré de menos. Juegas, siempre juegas; pones, creas, descompones. Te burlas, siempre te burlas.
Tu
humor negro se hizo mi amigo y también voy a extrañarlo cuando me vaya ¿o ya me
fui?
Que no es lo mismo irme de aquí, que irme de ti ¿o sí?
Me gusta mucho todo lo que escribes, realmente eres muy buena.
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