miércoles, 12 de noviembre de 2014

Entra despacio y cierra la puerta

Entra despacio y cierra la puerta. Quítate los zapatos y con ellos los prejuicios.

Siéntate aquí, en el borde de la cama y acércate más.

Vamos a presentar las palmas de tus manos con las mias y a contarnos los secretos que tanto esperaron.

Quiero que conozcas las plantas de mis pies y sientas lo frías que están.

Me gusta tu tacto.

Vamos quitándole las horas al tiempo y deshacernos de él. De ese que siempre se burló de nuestras ganas.

Quiero contarte mis caprichos incumplidos y los lunares de tu cuerpo.

Quiero evaporarme en ti, que tu búsqueda cese y que nuestras almas se agiten a nuestro ritmo.

Vamos a respirarnos, a estremecernos, a recorrernos, a desintegrarnos...

Para volver a completarnos en un sólo cuerpo.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Dos días seguidos

Hoy me quedé con ganas de escucharte. Te leí. Me gusta leerte porque imagino tus gestos tan particularmente ridículos, tus gritos de inconformidad al viento porque los de RRHH no cumplen con su promesa de llamarte, o tu carita de buen chico para convencerme de quedarme a dormir en tu cuarto.

Los domingos por la noche siempre me da por saber de ti. Pareciera que le gustas a los domingos, ¿y qué culpa tengo yo? 

Como a eso de las seis de la tarde comienza a venir tu recuerdo, y yo lo evito, de veras. Trato de planear lo que haré mañana porque quiero iniciar una semana organizada: necesito levantarme más temprano, desayunar o aunque sea tomar café. Y es ahí, donde se desliza sigilosamente tu recuerdo y me dice: así como lo tomaban ustedes por las mañanas o por las noches. Y luego me lleva a tu cocina. Me quedo poco y vuelvo. Tengo que hacer lo posible por llegar a la terminal del autobús a las 7:50 am. ‘La terminal del autobús’. Maldita sea, a dos cuadras de su maldita casa. A ver, ya, tengo que tomar esto en serio. ¿Esto? ¿Qué? ¿Lo de olvidarte? Olvídame tú. No, no me olvides aunque te diga que me olvides, bueno sí, bueno haz lo que quieras pero ya deja de incluirte en mis días. También dile al domingo que no es él, que eres tú y vete. Hoy no te voy a detener, como no lo hice el lunes, ese que arruinó la calurosa bienvenida que iba yo a darle a septiembre. Y hoy es lunes, otro más, ahora si le doy una jubilosa bienvenida a noviembre.


Nomás porque estoy de buenas, hoy no voy a reprocharte que hayas venido dos días seguidos.

domingo, 21 de septiembre de 2014

13:56

Cuatro párrafos para (aquí va el apellido de ella).
(O bien, uso indiscriminado del punto y seguido).

I. Sobre nosotros.

Ha sido una lástima. Lo lamento. De veras lo lamento. El tiempo siempre conspiró en nuestra contra. Y no sólo el tiempo. A veces, el amor es nada más que imposible. Nosotros siempre fuimos imposibles.

II. Sobre ti.

No es lisonja. Tampoco halago. Sólo es la verdad: eres encantadora. Y además, uno de los seres humanos más asombrosos, profundos y de mayor valor que he conocido. Ese mismo tiempo que ha estropeado las cosas, habrá de llamar tu nombre. No soy quién para decirlo, pero así es.

III. Sobre (aquí va el seudónimo de él).

Ha sido un tonto. Por decir lo menos. Con el eufemismo menos agresivo. Se ha extraviado infinidad de ocasiones. Ahora comienza a encontrarse. Confía en que sabrás disculparlo. Debe largarse.

IV. Sobre "esto".

He dado vueltas. He huido. He sido cobarde y me he escondido detrás de la ambigüedad. No más. Te pido que no volvamos a vernos. Me duele y lo sabes. Pero es así. No hagas preguntas. No me extrañes. Ódiame si puedes, eso hará todo más fácil.




La autoría no me corresponde.




domingo, 31 de agosto de 2014

Viernes a las tres de la tarde

Agosto se termina.  Toco a la puerta y me recibes con una playera infantil y unos shorts. Ya sé que se cancela la salida de hoy y no, no estoy enojada.

Una vez me contaste que una novia que tuviste te había dado a elegir entre ella y el teatro; por eso decidiste ser soltero. A mí me gusta el teatro; desde que en la escuela me llevaban a ver El Mago de Oz y La Cenicienta. Disfruto el teatro, y me gusta que tú también lo disfrutes, pero del otro lado. Me gusta disfrutarte en el escenario (también), y conocer a cada personaje a través de ti. Me gusta todo esto, sí, pero también me gustas tú sin teatro (y sin otras cosas), así nomás, tú y tu sombra. Me gustas conmigo, y este día era perfecto para gustarnos juntos, pero se atravesó un “Ensayo extraordinario porque un actor renunció y tenemos que cubrirlo tan pronto como sea posible para las funciones…”. Muy bien, entonces no saldremos (otra vez). No importa, no importa que me haya pasado toda la mañana buscando la ropa con que quería que me vieras y que al final dejara todo hecho un desorden para luego enojarme por no encontrar lo que quería y terminar poniéndome la blusa que la alemana le regaló a Judeline y que ella me regaló a mí (porque le insistí que lo hiciera), que aunque bonita, no era lo que quería para este día. Pero tú ni siquiera te habrás imaginado que pasé tanto tiempo buscando que ponerme después de tanto tiempo sin vernos. Y no te voy a reclamar eso (aunque debería hacerlo), hoy no voy a reclamarte nada.

En la mesa hay un plato con cuatro mitades de bolillo y encima, mantequilla. A un lado, un plato hondo con trozos de plátano y yogur de fresa encima. “¿Quieres desayunar?”. ¿Desayunar? Son las tres de la tarde. “Bueno, me levanté tarde, me fui a correr y voy a desayunar apenas”. No gracias, no quiero. “¿Quieres probar el café con el peor sabor del mundo?”. ¿Por qué querría hacerlo? No, no quiero. “Bueno, no es el peor del mundo, pero no es mi favorito. Anda, pruébalo”. Está bien, calienta agua también para mí.

No vamos a salir hoy y ya lo tengo claro. Debería enojarme, pero no quiero, no puedo, y menos así con esos ojos tiernos que tengo frente a mí y que divagan en los míos mientras platicamos de las tragedias que les pasan a los borrachos que manejan por las calles principales de la ciudad en sentido contrario.

Luego, silencio.

“Este momento me recuerda a un momento de un libro de García Márquez: Sobre la mesa el pan duro, el café y el silencio de dos personas”.

Nuestras miradas hacen una media sonrisa.

Me levanto, te tomo el rostro, te beso en la boca y luego me pongo a curiosear en tu cabello. Tienes grandes entradas, me gustan. “Te pareces a mi madre: de repente te levantas, me besas y luego juegas con mi cabello”. “Con cariño”, te faltó decir. No sé si el decirme que me parezco a tu madre es un halago. Lo que sé es que el miedo de toda mujer es terminar siendo la madre de su querido. No quiero que me compares con tu madre, cielo, pero… deberías mantener la cocina un poco más limpia, y la sala, ¡Ja!, eso fue una mala broma, aunque... sí, deberías hacerlo.

Tú te vas a ir a tu ensayo y yo me voy a regresar a mi casa, ya lo sé, pero no quiero.

“Voy a bañarme, ¿me esperas aquí?, no tardo”. Anda, ve.

Me dirijo al sillón y apenas estoy dándome cuenta que la música ha cambiado; cuando llegué tenías salsa y ahora suena Pink Floyd “Wish you were here”. Siempre tan tú.

Pasa un minuto y luego dos. No me gusta estar ahí sentada sola en esa casa tan grande. Luego pasan tres. Pienso, pienso más. Me recuesto en el sillón. ¿Cuánto quiero a este hombre? ¿Por qué me detengo a pensar cuánto le quiero? ¿Es que ya no le quiero como antes o le quiero más que antes? No lo sé. Le quiero de una manera distinta, hoy le quiero con ternura, con nobleza, con la misma de sus ojos. Pero puedo estar sin él, puedo dejarlo y estar con alguien más. No, no puedo. Sí, puedo, y puedo engendrar con ese otro que aún no conozco, y puedo quererlo tanto como quiera, y podemos envejecer juntos y cuidarnos. No, no puedo. No quiero. No voy a conocer a ese extraño que ni siquiera se ha enterado que voy a estar en su lista de olvidos . No quiero que algún día nos topemos en la calle y surja una plática sobre el clima o sobre la tardanza del autobús. Después una cita, para terminar creyendo que hay algo de él que me gusta, y luego pensar que debemos continuar. Entonces, esto se convierte en mi pretexto perfecto para dejar al único que me puede hacer caminar entre nubes; al bohemio solitario, a mi artista favorito, a mi lobo noble. ¿Por qué estoy pensando en esto? No sé. ¡Maldita sea! ¿Por qué tiene que ser todo tan rebuscado?  ¿Por qué no podemos mantenernos? ¿Por qué es? ¿Por qué soy? ¿Por qué el amor? ¿Por qué las ganas? ¿Por qué el empeño de la vida por joder?  “La vida poco a poco nos va haciendo solitarios”, ni hablar. 

Eres un lobo solitario.

Subo las escaleras de la alacena, llego a tu cuarto (no muy limpio por cierto). La gata ladrona me mira celosa y su cría, tierno me observa. Salgo a la acrópolis con el pequeño en brazos. Traigo conmigo los borrachitos que te compré y el separador de libros . Me siento un rato. Escucho que entras al cuarto y comienzas a cambiarte, luego abres la cortina para asomarte y ahí estoy yo; te entrego lo que te traje. Haces una sonrisita. “Gracias”. “¿Me acompañas abajo?”. Sí, vamos.

Ahora sí, ya es hora de tomar cada quien su camino. El teatro se ha encargado de arruinarme el día. “¿Vas a tu casa?”. Sí (¿y a dónde más habría de ir con estas ganas vaciadas?).

Salimos, caminamos a la parada del autobús, y se acerca en el que me voy a ir. “Adiós”. Adiós. Te beso en media boca y camino. El autobús arranca sin que  pueda alcanzar a subirme. Ash. Me regreso a dónde estás y tienes una risita. No puedo ocultar la mía también. “Vi cómo se fue sin ti”. Burla sana, lo acepto. Ya viene otro, me voy en ese. Te doy otro beso de media boca (que si lo juntamos con el que te di la vez anterior, ya sería un beso completo, y si sumamos el medio beso que te di cuando llegué, ya sería un beso y medio, más el de la cocina, resultan dos besos y medio. ¿Está bien, no? Tampoco somos amantes desesperados. No, no está bien ¡Maldita sea! Hubiéramos dejado cualquier plática para después y besarnos como locos después de semanas sin vernos. Hubiéramos nada, ya me voy. Ahora ya va a arrancar este autobús conmigo en él) y me subo. Arranca. No dejas de verlo, hasta que se pierde entre tantos.



miércoles, 25 de junio de 2014

Gástame la vida

Gástame la vida, lléname de la esencia que cubre tu cuerpo en las noches de candil. Intenta las formas, descubre los fondos, camina en mis cielos.

Gástame la inspiración, los labios y el intelecto. Descúbreme, recórreme, libérame de los prejuicios que nos sofocan el alma.

Gástame las piernas, las risas, los sueños.

Invéntame en primavera y reinvéntame en viernes de lluvia.

lunes, 2 de junio de 2014

Y si me preguntas por qué te quiero...

Y si me preguntas por qué te quiero, voy a detallarte que te quiero por tus manos blancas, marcadas por el paso oscilante de la música, porque me acarician el cabello con cariño y me guían en tu cuerpo.

Te quiero por tu boca; tranquila y ansiosa, borracha y dispuesta. Con besos discretos y efervescentes. Por el silencio que grita, por las palabras que calla, por los amores que guarda. Porque es esclava consentida de tu mente algebraica que le dice que se acerque a la mía.

Te quiero por las entradas que dan lugar a tu cabello desordenado y a veces abolido, mojado en la cama y seco en la mañana.

Te quiero por tu mirada tibia que me abraza en cada sorbo de café, en cada espacio de silencio, en cada sueño, en cada recuerdo, en cada una de las letras de tu nombre.


Te quiero a ratos, a eternidades y a palabras. Como nunca y como siempre se quiere querer.

domingo, 2 de marzo de 2014

Un cappuccino por favor

Quería un café, pero no quería ir ahí donde los sirven porque casual o causalmente como diría mi profesor de ética, también te habías parado por uno, entonces pensé que quizá no sería tan malo que volviéramos a tener un pequeño acercamiento y fui allá.

Pedí el café y tú ya estabas poniéndole azúcar al tuyo, sólo nosotros dos y tú le ponías tanta atención al menearlo, que seguramente ni siquiera te percataste de que yo estaba ahí, y si lo hiciste ¿Qué más da?  Era como cualquier otra chica que se levanta por un café porque tiene frío, porque se le antojó o porque quiere tener un poco más cerca al que le gusta, ¿Qué importa el motivo?

Te fuiste a sentar y mientras que me lo entregaban, te vi por el azucarero, eran de esos de metal brilloso que parecen espejos, y tú estabas justo atrás. Todos en la mesa platicando de no sé que cosas y tú sólo mirabas el café y lo meneabas lento. Hubiera querido saber en qué pensabas, en qué podía ser tan importante para evadir la plática y concentrarte en no sé qué.

Ahora podía ver más rasgos tuyos. Podía seguir viéndote por el azucarero toda la mañana, pero el que me atendía, ya estaba estirándome el café.