lunes, 30 de abril de 2018

Desde nuestro jardín: Carta 4

21 de junio de 2016.

Ayer me dormí a las siete de la tarde. Me sentía un poco desganada, quizás es un poco de todo; quizás es un todo de ti.

Te soñé. Otra vez. Nos soñé en Colima; llegabas un jueves sin aviso y querías quedarte, y yo sirviendo la mesa volteé a verte y te sonreí, como si con eso lograra que cada día quisieras quedarte uno más.

Me levanté con ganas de verte. Otra vez. Pero fue distinto; tuve el presentimiento de que si te llamaba para decirte que comiéramos juntos, me dirías que sólo si te dejaba invitarme. O algo así. Y ahí estoy yo, segura de nada, marcando sin planear las palabras. Y luego tú, quedando de llamarme en un mejor momento. Y entonces nada. Las ocho, las nueve, el café, el tráfico, la oficina, los e-mails, las llamadas (que no son tuyas), la comida, las cuatro, las cinco, el buzón vacío en la pantalla, las seis… y luego el arrepentimiento de esta empecinada intuición.

Después caigo en lo que dice en Popol Vuh: “Quien elige el camino del corazón, no se equivoca nunca”. Estoy satisfecha.

Te quiero, G.